Todos somos un sólo pueblo

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Después de que Dios se le presentó a Abraham y él decidió confiar y creer en Dios, de él surgió un gran pueblo, el único pueblo de Dios: Israel. Para Dios sólo existía un pueblo que nació de la fe de un hombre. Lamentablemente este pueblo dejó la fe y Dios se vio en la necesidad de establecer una ley que los acercara a Él mediante su cumplimiento. Pero Israel era de dura cerviz, y se alejaba de Él, adoptando otros dioses a los cuales les adoraban y hacían sacrificios.

Aún así, con todo su amor, Dios los castigo (estableció una disciplina) de manera que pudieran regresar a Él. Nunca admitió otro pueblo como reemplazo de Israel, siempre estuvieron a su vista y siempre bajo su sombra. Pero, tuvo que enviar a su hijo unigénito Jesucristo para que salvara a su pueblo amado, pero aún más, lo envió para poder divisar, para poder ver a los demás, aquéllos que no eran hijos de Israel pero que eran sus hijos en la fe, quienes creyeron y creen en el Mesías, Jesucristo.

Tú y yo somos parte de ese pueblo, somos el Israel de la fe. Ahora Dios nos ve a todos, sólo por estar cubiertos con la sangre del Cordero. Pero Israel no ha dejado de ser su pueblo amado.

“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades”, Efesios 2:13-16.

Ahora somos un solo pueblo, sea por fe o primogenitura, pero lo somos por Cristo Jesús.

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Yo he vencido al mundo

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Jesucristo es el Hijo de Dios encarnado. Bajó como un humano cualquiera, como tú y como yo sin siquiera saber que tenía naturaleza divina (ser Dios). Al igual que tú y yo Él se enfrentó a retos, abusos, contiendas, placeres, pecados, fue un diario luchar, pero finalmente Él venció al mundo.

Jesucristo logró no sólo no pecar, sino que también logró una cercanía con su Padre Celestial, una cercanía que a pesar de que no existiera el Espíritu Santo logró adquirir porque primero aceptó lo que era: Hijo de Dios. Y consagró su vida al sacrificio, por decisión propia y nunca huyó de lo que venía, lo hizo por amor a nosotros.

Entonces, Jesucristo venció la tentación y venció al mundo porque venció a Satanás, el príncipe de este mundo. Mucho antes de subir a la cruz del Calvario ya lo había vencido, pero sólo faltaba una cosa: vencer a la muerte eterna. Fue así que venció a Satanás no sólo en este mundo sino también en la muerte.

Su muerte nos dio el poder de vencer al mundo, a Satanás mismo, bautízate en su muerte y ¡tú también habrás vencido al mundo!

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Como humanos, tenemos siempre la tendencia de ser mejores, de que con nuestras acciones caigamos en gracia con aquéllos que nos pueden dar algo: nuestros jefes, superiores, etc. Tendemos a querer elevar nuestro ego y ocultar todos nuestros defectos y que todos nos vean como algo superior, que nos alaben, aunque realmente no seamos lo que pretendemos ser.

Muchas veces ocurre esto en el reino, tendemos a agradar a nuestro líder, a nuestro pastor y muchas veces a aparentar una unción que no tenemos. Y si seguimos así, nunca tendremos esa unción.

“Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.” (Gálatas 1:10)

Nunca podremos agradar a Dios, si nuestro objetivo principal es agradar a los hombres. El siervo, sirve sin interés, sin tratar de recibir algo a cambio. El que es siervo de Cristo, le agrada a Él, aunque no esperemos algo, el Señor nos lo dará.

El reino de Dios no es igual al mundo, mientras que en el mundo se llega a la cima derribando al que se ponga enfrente, en el reino se llega a la cima sirviendo. Es más grande el que más sirve.

Si te encuentras en esta situación, reflexiona y dispón tu corazón a servir. Entrega tu personalidad al Señor, tu vanidad, tu egoísmo, porque se sirve a los demás no a uno mismo. Dios es bueno y te ayudará en tu cambio si oradas tu oreja para ser su esclavo por verdadero amor.

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Cuando una persona ha entregado su vida a Jesucristo, lo ha hecho su Señor, toda su vida y acciones pasadas quedan en el olvido. Esto es porque todos nosotros llevábamos una vida lejana a Dios. Una vida totalmente perdida y destinada a terminar en el fuego del infierno.

Pero Dios mismo, sabiendo esto, envió a su hijo para que nos reconciliáramos con Él. Esta reconciliación no tomó en cuenta nuestros pecados (2Corintios 5:19) de manera que muchos hombres son los que llevan este mensaje de reconciliación, siendo ellos mismos hombres lejanos a Dios en una vida pasada.

Dios habla en serio y no juega, por medio de Jesucristo quien nunca pecó, lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Tan grande anhela nuestra reconciliación con Él, que dio a su hijo para que a través de Él fuera posible.

Si vienes a Cristo, nueva criatura serás, tu pasado quedará bajo del mar y tu nueva vida te espera.

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