El pecado surgió por primera vez con la rebelión de Satanás que tuvo contra Dios. Trató de ser más grande que Él y esto dio paso al pecado. “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio”, 1 Juan 3:08.

Desde la caída del hombre, cuando Adán pecó, la naturaleza del hombre siempre es hacia el pecado. Antes de la llegada de Cristo estábamos en poder del príncipe de este mundo, nos tenía como esclavos viviendo cautivos en el pecado. Pero Dios con su grande e infinito amor por nosotros, envió a su Hijo Jesucristo a morir como hombre para derrotar al pecado, porque murió Santo y sin mancha. Su Sangre nos ha redimido y limpiado del pecado por la eternidad. Nosotros, los que hemos aceptado su sangre redentora y a Él como nuestro Padre y Señor, ya no somos prisioneros del pecado.
“Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer la sobras del diablo”, 1 Juan 3:08.

Podemos ya no ser prisioneros del pecado, pero te has preguntado, ¿por qué no puedo salir de lo mismo?, ¿por qué aún me siento prisionero y cautivo del poder del pecado si ya Jesucristo me liberó? La respuesta se encuentra en nuestro corazón, nosotros amamos al pecado. Puede ser doloroso enterarse de esto, pero nosotros queremos a ese pecado en nuestra vida. Nos encanta nuestra lujuria, nuestra depresión, o cualquiera que sea tu pecado, incluso nos han liberado de demonios pero regresan porque encuentran la casa limpia y además con una gran bienvenida de parte nuestra, Mateo 12:43-45.

Somos libres gracias a Cristo, ¿queremos ser libres? Es la verdadera pregunta. Renuncia al amor a tu pecado, Dios no te llena porque estas lleno de ese amor. Búscale y clama a Él, solamente con tu voluntad puedes librarte del pecado. No todo es culpa de Satanás, nosotros estamos muy involucrados.

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Melquisedec era el Rey de Salem, que significa paz, pero también era Sacerdote del Dios Altísimo. Abraham venía de derrotar a los reyes y fue recibido por Melquisedec, que también significa Rey de justicia, y le bendijo. Abraham, quien era el hombre más grande en la tierra, le dio el diezmo de su botín. Existe otro detalle sobre Melquisedec, no tiene genealogía alguna, sin padre sin madre, sin principio y sin final, osea, eterno.

Como todos sabemos, el sacerdocio de los Levitas comienza con Aarón y ellos siempre recibían los diezmos del pueblo, ya que de eso vivían. Los sacerdotes se encargaban entonces de hacer sacrificios para la expiación del pueblo, y para ellos mismos. Tenían que matar un cordero, o algún otro animal inocente, sin culpa, para que la sangre fuera agradable delante de Dios y el pecado fuera lavado.

Jesucristo, el Hijo de Dios, no pecó y fue un hombre sin mancha, de esta manera Jesucristo representa al cordeo sin mancha que los sacerdotes levitas sacrificaban. Al morir en la cruz, se derramó su sangre, limpiándonos de todo pecado, expiándonos del mismo modo que los sacerdotes Levitas hacían.

Por su muerte, Jesús nos ha dado paso a nuestro Padre Dios, su sacrificio nos ha limpiado para siempre, por la eternidad y es por esto que Jesucristo es nuestro sumo Sacerdote del orden de Melquisedec, nuestro sacerdote eterno, sin principio y sin fin.

Y está escrito: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”, Salmo 110:04.

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