A mediados del siglo XIX Charles Darwin desarrollo una teoría que hoy conocemos con el nombre de “teoría de la evolución”. En ella establece que con el paso del tiempo (millones de años) las especies se “transforman” en seres distintos, debido a sus necesidades y cambios en el ambiente. A través de esta teoría se comenzó a establecer una probable relación del ser humano con los primates: Esta aseveración pues, estipula que tanto los humanos como los primates tenemos el mismo ancestro, pero a través de los millones de años de la evolución ambas familias se separaron y es por esto que se dice que existió un ser que exactamente marca esta división entre las dos familias: “el eslabón perdido”.

El eslabón perdido es entonces, un ser que se creé que existió que tenía tanto cualidades de humano como de primate y a partir de él se marcó la pauta inicial del desarrollo del hombre. Se ha pensado que los restos de muchos de los seres encontrados (primates) podrían tomar este lugar de eslabón, pero nunca se pudo comprobar alguna relación con el hombre. Y esto es debido a que simplemente Dios nos ha creado como una especie independiente.

Durante la creación, Dios creó los monstruos marinos y los seres de las aguas, al igual que las aves y los seres de la tierra, pero cuando los creó lo hizo según su género y según su especie (Génesis 1:21-25). Dios también les ordenó a fructificarse y multiplicarse y la única manera de hacer ambas cosas es dentro de su mismo género y especie.

En Génesis 1:26-31 se narra la creación del hombre al cual también les dijo: “fructificad y multiplicaos”, sabiendo Dios que podrían hacerlo sólo entre varón y hembra.

Ninguna especie puede mezclarse con otra y la cría de una especie es siempre de la misma especie

El eslabón perdido jamás será encontrado porque Dios creó al hombre y los primates como una especie diferente, siendo el primero hecho a imagen y semejanza de Él. Un primate jamás tendrá semejanza a Dios ya que incluso Dios ordenó a la tierra que produjera a los animales (Génesis 1:24) y Él mismo creó al hombre con sus propias manos (Génesis 1:26).