Al César lo que es del César

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Al César lo que es del César


¿Cuántas veces no hemos escuchado esta frase? En la televisión, en nuestra vida diaria, sin imaginarnos el origen de ésta. En el libro de Marcos (12:13) se narra un relato en el que los fariseos trataban de encontrar una palabra de Jesús que lo hiciera merecedor a que lo encarcelaran. Y casualmente tocaron el tema del tributo.
Sutilmente le preguntan al Señor: “¿Es lícito dar tributo a César o no?”
Jesucristo conociendo sus corazones respondió: “¿De quién es la imagen y la inscripción en esta moneda?” y ellos dijeron: “De César”.
Finalmente el Señor concluyó: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
La palabra del Señor fue muy sabia, incluso en la más propicia ocasión que tuvieron los judíos para acusarle el salió librado con su sabiduría que venía del Padre.
Jesucristo estableció esta frase para dar su lugar a cada quien, así que cuando tengas que dar el lugar a alguien por su autoridad solo recuerda que Jesucristo también lo hizo.

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Cuando Jesús purificaba el templo de vendedores, animales y extorsionadores fue abordado por los Judíos y le preguntaron: ¿qué señal nos muestras para decir que eres el Hijo de Dios?
Jesucristo les respondió: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré” (Juan 2:19).
Naturalmente, ellos pensaron que hablaba del templo de Dios que fue construido en 46 años. Pero al tercer día después de su crucifixión se levantó de entre los muertos con un cuerpo celestial (Mateo 28:01-10, Marcos 16:01-08, Lucas 24:01-12, Juan 20:01-10). El templo del que hablaba el Señor era su propio cuerpo.
No hay duda que Jesucristo vive como Dios y con cuerpo de hombre totalmente reconstruido.

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Cuando el pueblo de Israel huía de faraón se toparon con un gran obstáculo: El mar rojo. Esto lo podemos encontrar en el libro de Éxodo.

Cuando Moisés llegó a la orilla comenzó a escuchar todas las lamentaciones del pueblo: “¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir en el desierto” (Éxodo 14:11-12)

Cuando esto pasó Jehová le dijo a Moisés: “¿por qué clamas a mí?”. En nuestras vidas siempre hay un mar y Dios ya ha puesto el poder de abrirlo, no importa que se vea imposible, se abrirá.

Moisés levantó su vara, e hizo Jehová que el mar estuviera dividido por recio viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda.

Para que las aguas pudieran permanecer como muros, tenía que estar congeladas y esto fue lo que pasó, el viento congeló el mar y el pueblo pasó por en medio. Si tú levantas tu vara, el mar se abrirá, Dios solo está esperando que la levantes para actuar. No dudes, ni aunque todo el pueblo te reclame o las cosas se te vengan encima, que el viento pasará, el mar se abrirá y se congelará para convertirse en muros de tu camino.



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Durante el reinado de Saúl, hubo muchas batallas contra los pueblos vecinos por la tierra prometida. Los filisteos era un pueblo que siempre había sido una espina para el pueblo de Israel. Llegó el momento de la batalla y el pueblo temió a un solo filisteo, un gigante llamado Goliat.

Goliat no solo era ese gigante, también es cada uno de los gigantes que se presentan en nuestras vidas, gigantes a los que tememos a los que huimos. Tememos al éxito, tememos a la pobreza, tememos enfrentar los retos que Dios trae a nuestras vidas.

Dios trajo a un joven a pelear contra Goliat, su nombre era David. David se puso enfrente del gigante filisteo y le dijo: “Tú vienes a mi con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tu has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza” (1Samuel 17:45-46).

Dios ha entregado cada reto en tus manos, cada temor en tus manos, cada gigante en tus manos, de eso no hay dudad. Debes de creerlo como David, y enfrentarlos creyendo que Jehová está contigo, en el nombre de Jesús. Jesús te dio autoridad y poder, te dio una honda con que pelear y él es la piedra. David derrotó a Goliat sin dudarlo ni meditarlo, es claro que en el nombre de Jesús todo es posible ya que David llego a ser el Rey de Israel. ¿Qué llegarás a ser tú cuando derrotes a tus gigantes?

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